Hostias, que siempre apareces cuando menos me lo espero. Me retuerces como a una hoja de papel, me rompes, me quemas. Me conviertes en puta ceniza. Y luego no me dejas volar, despegar del jodido suelo donde no quiero estar. No quiero pensar en ti. No quiero pensar en nadie, solo en mi persona, ¿dije persona? No soy ni eso. Despojos de lo que una vez fui, eso es lo único que queda de mí.
Me prometiste el cielo, la felicidad. Y la culpa fue mía por
creer esas palabras vacías de sentimiento. Debí haberlas visto así antes, ahora
me doy cuenta de que nunca me quisiste como yo lo hice. Me dejé las entrañas en
intentar hacerte feliz, ¿para qué? Para que te dieses cuenta el último día,
cuando ya no había nada.
Y yo me siento como una niña pequeña a la que le han robado
su juguete favorito. No tengo corazón. Me obligué a desterrarlo de mi caja
torácica para enterrarlo en el jardín. Hondo, muy hondo. Solo el perro con
mejor olfato conseguiría encontrarlo. Sé que no le hará daño, no lo romperá más.
Cuanto más te cuesta conseguir lo que quieres, mejor lo tratas. O así debería
ser. Lo fácil acaba siendo nimio.
Deberías desenterrarlo. Pero sé que no lo harás porque el
tuyo está aún más hondo.
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